martes, 11 de diciembre de 2007

Somos germen y camino

La hermana Celia
 Somos proceso y estamos siempre en proceso, como la semilla que cae en la tierra, que se transforma para dar nueva vida. Somos camino y estamos siempre en camino. Somos también pausa y ritmo, oscuridad, silencio, germen y ciclo, algo que nace y muere para transformarse en una vida nueva.

La Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús ha sufrido en las últimas semanas la pérdida de tres hermanas, Celia, Manuela y Soledad, que han marchado de este mundo dejando tras de sí una enorme labor. Las tres, desde su renuncia a todo, han sabido entregar sus vidas a Dios a través de la misión, donde han permanecido al servicio de los pobres y más necesitados. Desde allí, cada una de ellas ha contribuido a su manera a poner su granito de arena en la construcción del Reino de Dios.

UNA MISION IMPARABLE
La hermana Celia empezó su camino misionero en 1965, año en que partió hacia El Congo. Allí permaneció, al lado de los más necesitados, durante 17 años, ya que en 1982 se vio obligada a regresar a España aquejada de esclerosis múltiple. Esta dura enfermedad no le impidió seguir desarrollando su gran vocación de misionera, ya que quiso continuar trabajando por ella en compañía de los otros enfermos residentes del Centro de Esclerosis Múltiple de la Comunidad de Madrid, ya que estaba convencida de que «una misionera no se retira jamás».

Al tomar la decisión de dejar la casa de la Compañía Misionera, Celia dejó a las hermanas una carta explicando los motivos por los que se marchaba a convivir con otros enfermos. Nuestra hermana Celia veía en su enfermedad un regalo que al final de sus días le enseñó a ver las cosas desde otra perspectiva, y así nos lo hacía saber al describirnos su experiencia y su día a día en la residencia. Una vez allí, al principio podía llevar una vida normal, aunque poco a poco fue necesitando la ayuda de un bastón primero y, luego, de dos. Finalmente, tuvo que aprender a moverse en silla de ruedas cuando ya casi estaba nula, hasta que se convirtió en una ayuda imprescindible. «Actualmente necesito ayuda para todo, aunque de momento, no sé hasta cuándo, puedo todavía comer sola», nos explicaba a través de las cartas suyas que recibimos.

«Mi experiencia es que esta enfermedad ha sido el mejor regalo de mi vida, porque me ha hecho colgarme de la mano de Dios. Y sigo colgada. Creo que es la razón por la que puedo compartir con vosotras esta valoración de mi enfermedad. Es cierto que hay muchas cosas que he dejado de hacer, no he podido moverme ni ir a muchos sitios..., pero podéis creerme, todo eso me parece muy chiquito comparado con la vivencia del Señor al que siento tan cerca día y noche. Nada me falta para ser feliz».

Dios no la soltó de su mano. Hace siete meses fue operada de cáncer de tiroides, perdió su voz y su capacidad para comunicarse, todo lo que tenía. Y solamente siguió cogida de la mano de Dios.

SOLEDAD y Mª JESÚS
Después de la muerte de Manuela, misionera en India que falleció hace unos meses en un trágico accidente de tráfico, dos de nuestras hermanas de España partieron hacia ese país, Ana María Tarinas y Soledad Rubio. No hacía mucho tiempo que ésta última había llegado a España para retirarse tras 40 años en India. Esta decisión fue muy dura para ella, pues siempre había querido morir en la misión. Sin embargo, dadas ya sus limitaciones, decidió no convertirse en una carga para las hermanas de allí.

La hermana Soledad
Con el vacío que dejó Manuela en la misión de India, Soledad tuvo que partir de nuevo hacia allí, donde, paradójicamente, acabó perdiendo la vida. Es como si Dios la hubiese llevado a morir donde ella siempre deseó.

Soledad era una persona con muchas cualidades humanas, coherente con su vocación, con capacidad de hacer lo que fuese. Fue por muchos años ayudante en el departamento médico de la Leprosería de Surat (India), al tiempo que se encargaba por periodos de la administración general de la Compañía. Se podía contar con Soledad para cualquier tipo de trabajo, pero lo que más ha impactado de su vida es el cariño que tuvo a los enfermos, a los que siempre quiso y con los que quiso compartir sus últimos días.

Por otro lado, recientemente hemos conocido también el fallecimiento en Lima de la hermana Mª Jesús, una persona sencilla, cercana, abierta a lo nuevo y entregada a los demás que se pasó toda su vida misionera de cocinera en la misión del Nivea. Esta hermana, un verdadero lazo de unión entre todas las demás, no dejó nunca de estar con la gente, siempre con una sonrisa en los labios. Al morir dijo lo mucho que quería a todas las hermanas y que se sentía muy querida por todas ellas. Una de ellas, la que la cuidó durante los últimos momentos, recalca que la vida de Mª Jesús le ha enseñado lo que es ser misionera de la Compañía.
La hermana María Jesús

Al contemplar a las hermanas Manuela, Celia, Soledad y Mª Jesús, que han sabido dar todo por el Reino, nos preguntamos cuál es el sentido de la vida para nosotros. La vida es un don de Dios, una preparación para la eternidad. La vida no se puede entender como algo individual o independiente de los otros. Es más, la capacidad de vivirla plenamente es optar e interesarse por los que son mayoría en la humanidad, es decir, por “los desheredados de la tierra”, personas necesitadas a todos los niveles. Esta opción por la vida nos dará la capacidad para ser felices, saber vivirla en plenitud y saber entregarla como germen de vida nueva.

Ésta ha sido la trayectoria de estas hermanas que han sabido vivir su vida en entrega a Dios y a los hermanos, pasando por sus luces y sombras en ese camino hacia el Padre Dios.