miércoles, 28 de mayo de 2008

Una sociedad multicultural



Queremos hoy hacer partícipes a los amigos que nos siguen por medio de este Puente Misionero de algo que nos preocupa, no sólo como misioneras, sino también como cristianas. Vivimos en una sociedad y en un mundo pluralista. En nuestros parques y calles, en los mercados y lugares de ocio se ve y se escucha de todo, se palpa esa pluralidad: rostros de colores diversos, ropajes distintos, frases captadas al vuelo de idiomas diferentes… ¡Esto es hermoso, sí! No es el mundo en blanco y negro de los abuelos de nuestros abuelos ¡Qué colorido paisajista y qué conciertos de voces! Pero en esta diversidad hay algo que nos iguala y nos une: el deseo de vivir en paz y felices.

Tenemos que encontrar la manera de conseguir lo que tanto deseamos. Viven entre nosotros personas que no son felices, porque la confrontación con la realidad “diferente” que las rodea las deja al desnudo, y al desnudo tendrán que nacer de nuevo. Nosotras, las misioneras de La Compañía sabemos mucho de esto, porque nuestro especial carisma consiste precisamente en salir.

Salir para entrar en contacto con otros pueblos, y en ellos encontramos cosas nuevas que nos sorprenden precisamente porque son diferentes a todo lo que poseíamos como nuestro, ni mejores ni peores, sino nuestras.


En el momento de la llegada se sufre mucho, pero al cabo de un tiempo empezamos a ser felices. Nos damos cuenta que los que allí viven poseen valores que quizás para nosotras no lo son. Ellos, por su parte, captan algo en nosotras que no comprenden. Poco a poco las distancias entre ellos y nosotras se acortan, surge la cordialidad, la amistad y la cercanía, y el sentimiento de soledad desaparece. En ese momento uno se sorprende de que lo que al principio parecía tan difícil conseguir, no lo es tanto, y que es posible encontrar la manera de vivir en paz y ser felices en el mundo pluralista en que vivimos.

La clave está en la palabra valores. Ellos, los que han llegado a vivir entre nosotros, tienen valores y tienen contravalores, al igual que nosotras. Y algunos son comunes. ¿Y si los practicamos?, están ahí, en los Derechos Humanos, ¿no nos harán felices? ¿No nos ayudarán a vivir en paz? Yo creo que sí. Pero ello requiere que todos estemos dispuestos a valorar otra manera de entender la vida diferente a la nuestra, y si conseguimos que en ambas vidas se den la cercanía, la apertura, el diálogo, la escucha y el respeto, seremos felices y viviremos en paz. Os lo asegura una misionera que ha vivido feliz y en paz durante 40 años en un mundo muy diferente al suyo.


Josefina Nieto (40 años en la misión)

Cada uno de nosotros somos únicos para Dios


Cada miércoles por la tarde visito a las mujeres de una cárcel inmunda que hay en Suay, pequeña ciudad donde he venido a vivir por unos meses para seguir con el aprendizaje de la lengua khmer. En tres habitaciones bastante pequeñas viven confinadas en condiciones inhumanas 70 mujeres, algunas de ellas con sus niños pequeños.

Un día, una de ellas, que lleva ya 15 años de condena, me pidió que le ayudase a encontrar a su hijo que era solo un bebé cuando a ella se la llevaron a la cárcel y que desde hacía ya años no tenía noticias suyas. Con toda la información que me dio nos pusimos en comunidad a localizar el pueblo, que resulto estar más lejos de lo que nosotras pensamos. Nuestras hermanas conocían a unas personas que precisamente trabajaban no lejos de ese lugar, por lo que pensamos pedirles ayuda para que ellos, al ser del país, nos ayudasen más fácilmente a encontrar al muchacho. La tarea resulto ser más fácil de lo que pensábamos y en seguida dieron con él. Su nombre es Map y a penas sabe leer y escribir porque desde muy pequeño se ha visto obligado a trabajar para mantenerse.

Lo trajimos a Suay para que visitase a su madre, y al muchacho aunque estaba algo temeroso, ¡se le veía feliz! El problema que se me presentaba ahora a mí era cómo hacer para que me dejaran entrar dentro de la cárcel con él, ya que a los familiares no les está permitido acceder al interior y solo pueden ver a los presos a través de unos ventanucos que dan a un patio interior y una vez que hayan pagado la cantidad de dinero que le pidan los policías.


ENTRADA EN LA CÁRCEL

Pues así, sin saber bien como me las iba a arreglar para que este joven se encontrase con su madre me puse en camino, y cuando llegué a la puerta de la cárcel, y le dije a los policías que venía sólo acompañando a este joven, le recé al Señor en mi corazón y le pedí a María, que también es Madre, que fuese delante de nosotros y que nos condujera hasta el lugar donde estaba la madre de Map. Esta oración me dio fuerza e hizo que me sintiera fuerte para
avanzar y pasar todos los controles de policías, que con seguridad, por ser extranjera y estar sola, me iban a pedir mucho dinero. A pesar de ello, yo seguía preguntándome a mí misma cómo iba a responder a todas sus preguntas en khmer. Y si no comprendo lo que me dicen, me preguntaba en mi interior, ¿cómo me las voy a arreglar?
Así, con esta mezcla de sentimientos en la mente y en el corazón, pasé el primer control y cual no seria mi sorpresa al ver que atravesábamos el patio donde están los ventanucos para ver a los presos y que seguíamos avanzando y avanzando, sólo saludando a todos los policías que me encontraba, juntando las manos e inclinando la cabeza con una sonrisa, al estilo de ellos, fuimos pasando todos los controles sin decir una sola palabra en khmer y sin dar dinero a nadie. Sin que yo se lo pidiera, los policías mismos me fueron conduciendo al interior de la cárcel, como si alguien en sus corazones les estuviese indicando lo que tenían que hacer.

Cuando me vi dentro con el joven a mi lado no sabia si reír o llorar. Pero lo más fuerte fue cuando abrieron la puerta de la habitación y permitieron a esa mujer que saliese fuera para estar con su hijo, no solo 30 minutos que es el tiempo acordado a las familias, sino dos horas y media. “Señor, que bueno eres con nosotros”, me repetía una y otra vez en mi corazón. Cuando la mujer me abrazaba llorando, yo era consciente de que no había pedido nada, ni siquiera había pronunciado una palabra en khmer, lo único que había hecho era confiar en el Señor en la situación concreta en la que me encontraba.


MOTIVO DE LA CONDENA

Al salir le pregunté al muchacho el porqué le habían condenado a su madre a tantos años de cárcel y él me contestó que había sido acusada y condenada por vender niñas pequeñas para la prostitución, pero que él sabía que su madre era buena aunque hubiera esas acusaciones contra ella. Fue entonces cuando en mi corazón le dije a Dios: “Perdónanos que no sabemos lo que hacemos”.

Esta experiencia que me llenó el corazón de alegría, me llevo a pensar en lo grande que es el amor de Dios para con cada uno de nosotros, y como no sabemos percibirlo en nuestras vidas, porque con frecuencia vivimos preocupados y enredados en nuestros asuntos y en cosas que realmente no son importantes. Dios nos ama a cada uno de una manera muy personal, y sea cual sea nuestro pasado, nuestra historia, Él nunca nos retira su Amor porque su corazón es compasivo y esta siempre siempre dispuesto a perdonar y a olvidar. ¡Cada uno de nosotros somos únicos para Dios!

Lo experimentado en ese día también me llevó a pensar que cuando dejo que Dios sea el protagonista en mi vida, mis temores y mis lógicas siempre se desvanecen y la conciencia de que solo soy un instrumento de su Amor se fortalece y se clarifica cada vez más en mí. Reflexionar sobre lo vivido me ha ayudado a ver con más claridad que, cuando llego a percibir a Dios en mi vida y en todo lo que me rodea, Él siempre me revela que el Amor es el sentido de la Vida.

Paqui Picón (Desde Camboya)

Un largo camino hacia la Compañía Misionera

Mi camino misionero…Realmente empezó algunos años antes de conocer la Compañía con diversos grupos misioneros, campos de trabajo, pascuas misioneras, etc. Poco a poco va creciendo la semilla y llega un momento en que parece que quiere dar fruto. Es entonces cuando “por casualidad” se me presenta la oportunidad de ir a Colombia, a Guapi, donde empecé a conocer el estilo de vida y misión de la Compañía y a sentirme identificada con esta manera de vivir. Entre la Compañía Misionera y la ONG Llevant en Marxa, de Manacor, los niños más desarrapados de Guapi y los lugares más sencillos, entre ellos Caimito, y sus gentes, me van robando el corazón y quedo tocada.

Doy un paso más y entro en mi pre-noviciado en Medellín. Es otro mundo, no parece la misma Colombia. Ésta es una experiencia más hacia dentro, empiezo a caminar buscando a Dios y lo descubro a mi lado, siempre. Y por fuera descubro realidades de dolor y situaciones fuertes que vive la gente, camufladas por la música y una alegría que no sabes muy bien de dónde viene, y aprendo que el colombiano jamás pierde la esperanza.

Y llega Haití; tras dos años en Medellín me uno a la comunidad de Bombardópolis, en Haití. Desde el primer momento que pongo los pies en este país tengo sensación de irrealidad, de estar en otro mundo y para entrar en él hay que descalzarse y desprenderse, dejar lo que eres y las capacidades que crees tener y empiezas a vivir con lo que Dios te da y a vivir desde la fe. Y lo bonito es que es la propia gente quien te enseña a vivir así (porque no tienen más remedio, ellos).

Y la sensación de que Él viene caminando a mi lado es constante, o me doy más cuenta porque no hay nada que me lo oculte, pero lo veo también caminando con los otros y es que el haitiano camina mucho, y Dios con él. Y aprendes a evangelizar amando, porque sobre todo al llegar no puedes hacer otra cosa –ventajas y desventajas del idioma- pero el cariño llega. Y descubro la fuerza de la comunidad, como lugar donde crezco, como apoyo en las dificultades, y sabiendo que donde está una están las demás: “no estás sola, aunque la responsabilidad recaiga sobre ti, todas estamos contigo”… O perdidas en medio de ninguna parte, pero sintiendo que estás sostenida en la oración. Y Dios hablando y hablándonos, cada día, desde lo sencillo en un medio pobre y pobre de espíritu. Al finalizar este año me digo a mi misma que he descubierto y experimentado lo que quiero vivir como experiencia de Dios, como misionera y como comunidad.

Y de Haití a Madrid, empiezo una nueva etapa (otro paso más en mi camino), el noviciado en La Compañía Misionera, y lo inicio con un deseo que recoge toda mi experiencia de estos últimos años, la de tomar cada día mi vida, y la de aquellos a los que pueda llegar, y ponerla a los pies del Señor, para que la mire y al mirarla la transforme y la llene de sí, de su luz y de su esperanza y al retomarla volver de nuevo a la vida, consciente de que Él está ahí, siempre.

Gema Pérez Jover (Nueva en la Compañía)

Una vida sencilla entregada con alegría

Luisa María Saavedra Jiménez nació el 12 de febrero de 1929 en las Palmas de Gran Canaria. Era la tercera de una familia numerosa de 10 hermanos, y desde los 14 años se entregó con mucho cariño al servicio de la familia. En ese ambiente fue madurando su vocación misionera.

Cuando conoció nuestra congregación le entusiasmó el ir a las misiones más pobres y necesitadas. Ingresó en la Compañía Misionera el 18 de enero de 1960 y marchó a Perú el 10 de febrero de 1965.

Su primer destino en Perú fue Lima, concretamente el Colegio de San Agustín, estuvo un año en Lagunas y posteriormente pasó a la misión de San Lorenzo llevando junto con otras hermanas el Internado Interétnico y compartiendo con ellos su alegría y experiencia de Jesús.

Luisa María recibió muchos dones, entre los que resaltamos su sencillez, su alegría o su bondad. Era una persona muy humana y cercana, nunca hacía problema de nada disculpaba siempre, y era muy sociable y acogedora. Fue una persona que vivió plenamente la vida que Dios le concedió, incluso en su larga y dolorosa enfermedad.

Actividades Misión Compartida

Varios años después de su formación, el grupo de Misión Compartida de la Compañía Misionera continúa avanzando. Poquito a poco, pero con paso firme. La mejor prueba de ello la hemos tenido en los últimos meses, en los que con el objetivo de recaudar fondos para la misión se han llevado a cabo algunas actividades organizadas por el grupo que han resultado ser todo un éxito.

El 1 de diciembre de 2007 se desarrolló un mercadillo solidario que nacía con vocación de continuidad. Decenas de personas compraron los artículos que habíamos recibido de las comunidades de África, Asia y América. El éxito fue tal que se recogió más de 2.244 euros, cantidad que se acordó enviar a la comunidad de Bribano, en la República Democrática de El Congo. Además, aún nos quedan artículos en “stock” por valor de 2.707 euros, lo que nos anima a trabajar aún con más ganas en una segunda edición del mercadillo.

“Tejados para África” ha sido la última actividad desarrollada el pasado 26 de abril. La jornada iba encaminada a recaudar fondos para la comunidad de Bribano, donde se han destruido las casas dejando a numerosas personas a la intemperie. Todos los asistentes pudieron hacerse una idea de lo que allí está pasando, hubo tiempo para la reflexión, pero la jornada estuvo también acompañada de música, videos y otras actividades.

Esta es la línea que queremos seguir desde el grupo Misión Compartida, adherirnos al espíritu de las hermanas para intentar poner nuestro granito de arena en la construcción de un mundo menos injusto.