miércoles, 28 de mayo de 2008

Cada uno de nosotros somos únicos para Dios


Cada miércoles por la tarde visito a las mujeres de una cárcel inmunda que hay en Suay, pequeña ciudad donde he venido a vivir por unos meses para seguir con el aprendizaje de la lengua khmer. En tres habitaciones bastante pequeñas viven confinadas en condiciones inhumanas 70 mujeres, algunas de ellas con sus niños pequeños.

Un día, una de ellas, que lleva ya 15 años de condena, me pidió que le ayudase a encontrar a su hijo que era solo un bebé cuando a ella se la llevaron a la cárcel y que desde hacía ya años no tenía noticias suyas. Con toda la información que me dio nos pusimos en comunidad a localizar el pueblo, que resulto estar más lejos de lo que nosotras pensamos. Nuestras hermanas conocían a unas personas que precisamente trabajaban no lejos de ese lugar, por lo que pensamos pedirles ayuda para que ellos, al ser del país, nos ayudasen más fácilmente a encontrar al muchacho. La tarea resulto ser más fácil de lo que pensábamos y en seguida dieron con él. Su nombre es Map y a penas sabe leer y escribir porque desde muy pequeño se ha visto obligado a trabajar para mantenerse.

Lo trajimos a Suay para que visitase a su madre, y al muchacho aunque estaba algo temeroso, ¡se le veía feliz! El problema que se me presentaba ahora a mí era cómo hacer para que me dejaran entrar dentro de la cárcel con él, ya que a los familiares no les está permitido acceder al interior y solo pueden ver a los presos a través de unos ventanucos que dan a un patio interior y una vez que hayan pagado la cantidad de dinero que le pidan los policías.


ENTRADA EN LA CÁRCEL

Pues así, sin saber bien como me las iba a arreglar para que este joven se encontrase con su madre me puse en camino, y cuando llegué a la puerta de la cárcel, y le dije a los policías que venía sólo acompañando a este joven, le recé al Señor en mi corazón y le pedí a María, que también es Madre, que fuese delante de nosotros y que nos condujera hasta el lugar donde estaba la madre de Map. Esta oración me dio fuerza e hizo que me sintiera fuerte para
avanzar y pasar todos los controles de policías, que con seguridad, por ser extranjera y estar sola, me iban a pedir mucho dinero. A pesar de ello, yo seguía preguntándome a mí misma cómo iba a responder a todas sus preguntas en khmer. Y si no comprendo lo que me dicen, me preguntaba en mi interior, ¿cómo me las voy a arreglar?
Así, con esta mezcla de sentimientos en la mente y en el corazón, pasé el primer control y cual no seria mi sorpresa al ver que atravesábamos el patio donde están los ventanucos para ver a los presos y que seguíamos avanzando y avanzando, sólo saludando a todos los policías que me encontraba, juntando las manos e inclinando la cabeza con una sonrisa, al estilo de ellos, fuimos pasando todos los controles sin decir una sola palabra en khmer y sin dar dinero a nadie. Sin que yo se lo pidiera, los policías mismos me fueron conduciendo al interior de la cárcel, como si alguien en sus corazones les estuviese indicando lo que tenían que hacer.

Cuando me vi dentro con el joven a mi lado no sabia si reír o llorar. Pero lo más fuerte fue cuando abrieron la puerta de la habitación y permitieron a esa mujer que saliese fuera para estar con su hijo, no solo 30 minutos que es el tiempo acordado a las familias, sino dos horas y media. “Señor, que bueno eres con nosotros”, me repetía una y otra vez en mi corazón. Cuando la mujer me abrazaba llorando, yo era consciente de que no había pedido nada, ni siquiera había pronunciado una palabra en khmer, lo único que había hecho era confiar en el Señor en la situación concreta en la que me encontraba.


MOTIVO DE LA CONDENA

Al salir le pregunté al muchacho el porqué le habían condenado a su madre a tantos años de cárcel y él me contestó que había sido acusada y condenada por vender niñas pequeñas para la prostitución, pero que él sabía que su madre era buena aunque hubiera esas acusaciones contra ella. Fue entonces cuando en mi corazón le dije a Dios: “Perdónanos que no sabemos lo que hacemos”.

Esta experiencia que me llenó el corazón de alegría, me llevo a pensar en lo grande que es el amor de Dios para con cada uno de nosotros, y como no sabemos percibirlo en nuestras vidas, porque con frecuencia vivimos preocupados y enredados en nuestros asuntos y en cosas que realmente no son importantes. Dios nos ama a cada uno de una manera muy personal, y sea cual sea nuestro pasado, nuestra historia, Él nunca nos retira su Amor porque su corazón es compasivo y esta siempre siempre dispuesto a perdonar y a olvidar. ¡Cada uno de nosotros somos únicos para Dios!

Lo experimentado en ese día también me llevó a pensar que cuando dejo que Dios sea el protagonista en mi vida, mis temores y mis lógicas siempre se desvanecen y la conciencia de que solo soy un instrumento de su Amor se fortalece y se clarifica cada vez más en mí. Reflexionar sobre lo vivido me ha ayudado a ver con más claridad que, cuando llego a percibir a Dios en mi vida y en todo lo que me rodea, Él siempre me revela que el Amor es el sentido de la Vida.

Paqui Picón (Desde Camboya)