jueves, 20 de septiembre de 2007

Creo en la esperanza

“Nos creaste, Señor, para Ti…”, escribía San Agustín y, hasta que no “entronicemos” a Dios en nuestro corazón, no encontraremos descanso, ni plenitud, ni satisfacción.

Estaremos ansiosos buscando cómo ser dichosos y felices sin caer en la cuenta de que la consecución de cosas materiales no llena el alma porque, como decía Santa Teresa, “Sólo Dios basta. El que a Dios tiene nada le falta”. ¿De veras lo creemos?. ¿Por qué, pues, estamos inquietos y agitados incluso durante las vacaciones en que deberíamos estar más sosegados y tranquilos disfrutando de la diversidad de paisajes que nos ofrece la Naturaleza y dando gracias a Dios por tanta belleza creada y por la oportunidad de vivir más sosegadamente aunque solo sea por unos días.

Vivimos tiempos en que lo tenemos más de lo que necesitamos para ser felices ¿Qué falla pues? Sería bueno que al comenzar un nuevo curso reflexionáramos y pusiéramos en orden nuestras prioridades. Echemos una mirada alrededor, al mundo que nos rodea: ¡Cuántas penas y tristezas! ¡Cuánto sufrimiento: Catástrofes naturales, guerras, ambiciones nunca satisfechas, enemistades…! Cuánta soledad en el corazón de algunas personas: ancianos, niños, enfermos, presos, inmigrantes…..Cierto que “la vida entera es un ejercicio de soledad” ya que “la muerte es soledad extrema y la vida es muerte creciente”. Pero hoy día, todos tenemos muy oída la palabra solidaridad. ¿La practicamos de verdad o por el contrario pronunciamos la palabra y permanecemos aislados en la funda-envoltorio de nuestra propia piel ignorando las necesidades, a veces vitales, de nuestros semejantes?

Cuántas escenas de la vida cotidiana nos dicen que personas que viven juntas no están unidas ni se sienten cercanas; de hecho están muy distantes pero hay que guardar las apariencias delante de los hijos, compañeros de trabajo, vecinos…

LA SOLEDAD, esa película que se proyecta estos días en una sala de Madrid nos hace un vivo retrato de cómo se vive en algunas familias de nuestra sociedad. Cada persona preocupada con sus problemas (lo cual es muy legítimo) y a la vez, víctima de los mismos, pero, no es menos cierto que la amistad, el calor humano, la atención y ayuda que podemos ofrecer a la otra persona puede resultar un aceite eficaz que suavice el engranaje de esta vida, a veces muy oxidado, ayudando a remontar momentos difíciles y mirar al futuro con esperanza. Y la esperanza implica FE. Una fe que hay que revitalizar cada día en nuestra sociedad actual.

Por otra parte, la soledad que a veces sentimos, es un ingrediente inherente a la naturaleza humana y, bien canalizada, lejos de atenazar o demoler, puede ser creativa; inspira, une y ayuda a interiorizar y descubrir maravillas a nuestro alrededor.

Con el nuevo curso, vamos a comenzar de nuevo: con ilusión, con amor, con la certeza de que Dios, aun cuando lo ignoremos, está en el centro de nuestras vidas porque “ en El nos movemos, somos y existimos”.

Esforcémonos pro ver los signos de felicidad y esperanza que hay en la vida. El hombre es signo de esperanza en el mundo de hoy.