jueves, 20 de septiembre de 2007

Españoles en Kinshasa

He tenido la suerte de poder viajar a la República Democrática del Congo en compañía de Flamy, mi marido y dos sobrinas, Crucita y Paloma. El motivo real del viaje era doloroso por las circunstancias que nos llevaban: vivir más de cerca la miseria que hay allí y conocer los integrantes de una fundación a nombre de nuestra querida y única hija Mari Carmen, muerta en accidente. Ella fue la primera en darse cuenta que allí se necesitaba ayuda para la formación de las nuevas generaciones, que es el instrumento que puede hacer que el país mejore las condiciones de vida de sus habitantes y empezó ayudando en lo que ella económicamente podía.

Nosotros fuimos a vivir a la casa de las Misioneras que amablemente nos ofrecieron. Allí vivimos unas experiencias extraordinarias con ellas. Carolin, a la que consideramos nuestra hija india, Mercedes, las junioras y las jóvenes nativas de la casa de formación a las cuales tomamos mucho cariño, correspondido por ellas. Las nativas no entendían nuestro idioma, ni nosotras el suyo, pero conectamos bien a través del Amor fraterno que allana todas las dificultades.

Visitamos la ciudad de Kinshasa y comprobamos en situ la gran pobreza de allí, pues los salarios son de miseria. Pero lo que más nos impactó fue ver esos ojos de sus habitantes que transmitían vida, ilusión, alegría y agradecimiento a la poca ayuda que se les da para paliar un mínimamente su pobreza. Ellos comen una vez al día y eso el día que pueden hacerlo. Otro aspecto que nos impresionó fue su religiosidad, tienen misas de hasta cuatro horas (un buen ejemplo para los que nos llamamos cristianos en Europa).

Pero para nosotros el cúlmen de nuestra satisfacción fue cuando vinieron todas las familias de la asociación a conocernos y estar en nuestra compañía una tarde, llorando en ocasiones con nosotros, dándonos todo el cariño y agradecimiento hacia nuestra hija Mari Carmen; ella seguirá, si Dios quiere y a través de nosotros y las misioneras, ayudándoles en lo que nos sea posible.

Allí disfrutamos de sus costumbres y folclore participando, yo sobre todo, de sus bailes y tocando el tantán con las jóvenes nativas de la casa. Celebramos nuestro cuarenta aniversario de bodas; el capellán de las hermanas ofició la misa por nosotros y nuestra hija y en la homilía nos obsequió con unas palabras en español que nos emocionaron. Por la noche siguieron los obsequios. Las jóvenes nos representaron un teatro que aunque era en su idioma lo llegamos a entender y lo pasamos bien. Allí vi reír por primera vez a mi marido después de la muerte de nuestra hija.

Tuvimos ocasión de visitar una maternidad a la que ayudaba con gran abnegación y cariño la hermana Carmen, Franciscana, que a sus ochenta años tenía una actividad envidiable. Y el centro de minusválidos que ellos mismos se financian con su trabajo en un restaurante que han hecho con la ayuda de las hermanas de la Compañía Misionera y donde ahora trabaja Rosario Morera.

Para nosotros los días pasados allí marcan un antes y un después en nuestras vidas, viniendo mucho más reconfortados de nuestro dolor. En conclusión, allí nos dimos cuenta que no podemos vvivir en Europa como si fuéramos el centro del universo. Nuestra sociedad está en muchos sentidos envejecida y desilusionada, no podemos estar mirando hacia otro lado mientras en otros sitios del planeta mueren de hambre. Aquí tiene sentido lo que rezamos en le Padrenuestro “danos hoy nuestro pan de cada día”.

Tenemos que estar atentos a aquellas culturas e implicarnos en su desarrollo, seguro que ellos pueden ayudarnos a recuperar la ilusión de nuestra mirada y la esperanza en el futuro. 
Mari Carmen Arévalo