viernes, 4 de diciembre de 2009

Roser Reixach nos cuenta su experiencia de Misión


Si tuviese que salir corriendo y dejar mi casa ¿Qué cogería para llevar de entre todo lo que tengo? Seguramente sería difícil hacer la elección por la cantidad de cosas que poseo. Esta pregunta me la he planteado unas cuantas veces desde que regresé de mi viaje al Perú este verano, concretamente a Santa María de Nieva, lugar donde se juntan los ríos Nieva y Marañón, que más adelante desembocan en el Amazonas.

Es una zona totalmente alejada de las vías principales del comunicación del país, donde habitan los aguarunas. Ellos, habitualmente viven en una cabaña hecha de madera, cubierta de hojas de palmera, un único espacio que comparten con toda la familia y si también es necesario con los animales; gallinas, conejos, puercos. No hay más muebles ni utensilios, simplemente unos maderos que hacen de lecho, unos troncos en tierra para sentarse y unos cuantos para cocinar en el fuego que hacen allí mismo.


Estuvimos alojados en la casa que las Misioneras tienen en santa María de Nieva y vivimos en primera línea el trabajo que realizan allá donde se las necesita. Ellas comparten la vida de los aguarunas desde hace muchos años, viven sus problemas y necesidades y luchan para que sean capaces de salir adelante por sí mismos, sin ayuda externa, que saben nunca van a tener. Objetivo que todavía está muy lejano pero que hace refl exionar muchísimo, sobre todo ahora, en las fi estas de Navidad.

El año 1954 llegaron las Hermanas de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, a la cual pertenece mi tía Benita Bría, y desde entonces realizan diversos programas en el área de pastoral, salud, educación y promoción de la mujer.

Los aguarunas, lo poco que tienen lo comparten y se sienten agradecidos si simplemente los visitas y escuchas. Nosotros, en esta sociedad, quizás no queremos reconocer que vamos creándonos necesidades continuamente para engrosar la noria del consumo y que, si nos diésemos cuenta de que tantos objetos no nos sirven para ser felices, aprenderíamos de los grupos humanos, como los amigos aguarunas que he tenido la suerte de conocer este verano, que para ser feliz se necesitan menos cosas superfl uas, y sí los valores de la simplicidad de vida, la acogida al que llega y el compartir lo que se tiene, que ellos viven de manera tan natural.


Roser Reixach