Comenzaré diciendo que si bien lo habíamos preparado todo con esmero, cariño y con mucho corazón, lo cierto es que pusimos especial dedicación a la celebración, pues tanto a Manuel como a mi nos parecía que era realmente lo más importante.
El día se presentaba tranquilo, uno más del calendario, sin embargo esa cotidianeidad iba a quedar marcada por lo extraordinario. Ya no será un simple 29 de enero, será el 29 de enero. El comienzo de una historia, que aunque tiene su prehistoria, ahora se torna historia.
Un día cubierto por las nubes, que dejaban asomar a un tímido sol. Unas nubes que dejaron caer el agua sobre la tierra de nuestros corazones para que la semilla del cariño consentido y comprometido pudiese agarrar y echar raíz y de esta manera pueda crecer nuestro matrimonio.
Un día de suave viento que soplaba a nuestra espalda para impulsarnos en el camino que emprendíamos. Y con esa nota de frío que nos lleva a acercarnos para darnos calor y ser, así el uno para el otro, hoguera en la que calentar cada atardecer el corazón, las manos, los pies, el alma. Calor que derrita hielos, que dilate espacios para el encuentro, que irradie y sea catalizador no solo para nosotros sino para otros que sientan frío.
Un día emotivo, grande festivo, alegre, de celebración y acción de gracias. Un día grabado en el corazón, con esa marca indeleble que supone el paso de Dios por nuestras vidas.
Y sí creo que Dios estuvo presente, muy presente. Realmente creo que la celebración fue una celebración. La liturgia, cuidada en cada uno de sus momentos, posibilitó que todos los presentes pudiésemos sentirnos familia en y de fiesta, celebrando el amor, participando, disfrutando con alegría y gratitud del enlace entre Manuel y yo. Miguel Ángel, el sacerdote, también hizo posible este clima, pues nos colocó a los novios y padrinos en el altar, de cara a los asistentes-testigos, para que entre todos se crease ese ambiente inclusivo y festivo.
Facilitó que los dos sacramentos que celebramos tuviesen su espacio: el matrimonio y la eucaristía. Desde aquí nuestra gratitud. Y a todos los asistentes-testigos que estuvieron allí, acompañándonos, deciros que nuestro corazón está aún emocionado por vuestro cariño. Nuestra alegría se vio colmada con la vuestra. Nos sentimos familia con el corazón vestido de fiesta.
Después nos fuimos a brindar todos juntos por la felicidad y la alegría, con el corazón asombrado y emocionado, alzamos la copa y sonreímos pletóricos.
Gracias por escucharnos y dedicarnos este espacio de encuentro.