lunes, 12 de septiembre de 2011

Al atardecer de la vida me examinarán del amor


Hoy queremos compartir con vosotros/ as el fallecimiento de nuestra hermana Soledad Arellano, que tuvo lugar en Lima, el 8 de abril de 2011. La causa fue un cáncer generalizado. Después pasó un periodo largo de enfermedad en el que se fue preparando para acoger con gozo y paz su encuentro definitivo con el Señor.
 
Soledad nació en Pozuelo de Alarcón (Madrid) el 22 de agosto de 1932. Estudió en el Colegio de las Madres Mercedarias y terminados los estudios de secundaria ingresó en la Universidad Complutense de Madrid donde obtuvo las licencituras de Filosofía y Letras, y de Pedagogía.

La pasión de toda su vida fue: “la enseñanza”. Entró en la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús el 15 de Julio de 1960 en Tarancón, donde hizo el Noviciado, y su primera profesión el 2 de Febrero de 1963.

Destinada a Lima (Perú), en 1966, y allí fue nombrada Directora de la Sección Infantil del Colegio de San Agustín en Lima, cargo que desempeño durante cuatro años.

En 1970 fue destinada a Lagunas, rio Huallaga, y desde allí a un caserío del río Nucuray a una comunidad nativa de la etnia “muratos”. Allí no había escuela por lo que nunca habían tenido una formación intelectual. Fue muy feliz enseñando a leer y a escribir a aquellas gentes.

Continuó su tarea educativa como profesora en el Colegio Goretti en Lagunas, río Huallaga.
Más tarde en Sta. Rita de Castilla, río Marañón. Allí, además de ser profesora en el Colegio de Secundaria, se encargó de la catequesis parroquial y colaboró en los cursos para la formación de Animadores Pastorales. Otra pasión de Soledad fue el canto. Su voz era siempre escuchada. Dirigió el coro de la Parroquia.

Excelente educadora, trabajó siempre con entusiasmo y responsabilidad y desde su sencillez y cercanía a la gente siempre fue muy valorada y admirada por todos: profesores, alumnos y padres de familias.

Soledad “amó mucho”. Amó con gozo y alegría su vocación misionera, que la vivió con fidelidad hasta el último momento.

Hoy la recordamos por la alegría, bondad y generosidad que la habitaban y que ha dejado una huella de entrega discreta y de servicio callado a lo largo de los años que vivió en las misiones del Perú. Fue feliz y supo hacer feliz a los que convivieron con ella.

Y ahora podemos decir que Soledad al atardecer de su vida, al ser examinada sobre el “amor”, seguro que ha pasado con un destacado “Cum Laudem”, que será lo que le habrá entregado el Señor en el encuentro definitivo con El.

¡Soledad, Pide por nosotras/os!