martes, 13 de marzo de 2012

Un momento para la esperanza


Son muchos los números del Puente Misionero que han pasado por mis manos, al ser yo la responsable de darle forma, que no contenido, pues para eso ya están las hermanas que con tanto cariño nos dan a conocer la realidad que viven. Pero en ninguno de esos números he dejado un trocito de mi vida tan grande como lo estoy haciendo ahora.

Cuando mi novio y yo tomamos la decisión de casarnos, después de cuatro años y medio de relación, teníamos claro que con las grandes necesidades que hay hoy en día en el mundo había que frenar de alguna manera todo el derroche que supone una boda. Para conseguirlo, una de las primeras ideas que nos surgió fue la de eliminar los obsequios que habitualmente se entregan a los invitados, pues en la mayoría de las veces acaban olvidados en un cajón, sin uso, y nos parecía algo totalmente prescindible. 

Así que se nos ocurrió destinar el presupuesto de los detalles de los invitados a una buena causa, buscar el medio de hacer un regalo solidario que, a su vez, fuese de gran utilidad para otras personas. Que mejor manera que hacerlo a través de las hermanas de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, a las que el destino me ligó con 12 años tan fuerte que 15 años después sentí la necesidad de encontrar a Rosa, aquella misionera que de pequeña me había enseñado que todos podemos aportar algo para hacer de este mundo un mejor lugar para vivir. 

Eran muchas las necesidades y poco lo que podíamos aportar, pero después de muchas dudas entre las diferentes opciones escogimos el proyecto de alfabetización en Poipet (Camboya). Nuestra humilde aportación económica permitirá que un grupo de mujeres aprendan a leer y escribir, y ojalá que adquieran una mínima educación que las ayude a alejarse de la prostitución, tan arraigada en ese país, y que se puedan concienciar de la importancia de llevar a sus hijos a la escuela para sembrar las semillas de un futuro mejor para ellos. 

Nuestra boda no tendrá mesas llenas de figuritas de porcelana, abanicos de colores o botellas de licor en miniatura. Su lugar lo ocuparán unas tarjetas de esperanza para un grupo de camboyanas, que a partir de este momento llevaremos siempre en el corazón.

Marina Valero Mariscal 
Misión Compartida